... está condenado a repetirla. Esta es una frase muy conocida, que se atribuye a George Santayana (1863-1952), filósofo hispano-estadounidense, que la plasma en su libro “La vida de la razón”. La interpretación de la frase es esencialmente que si no aprendemos de los errores del pasado, los vamos a repetir.
Últimamente la lectura diaria del
periódico me ha dado muchos motivos para meditar en la capacidad del ser humano
para cometer errores, ya sea repetidos u originales. Hoy no fue la excepción.
Leo que hubo una muy pomposa reunión en Palacio nacional, donde, convocados por
la presidente (me niego a escribir presidentA), se apersonaron una amplia
variedad de secretarios, ministros y otros burócratas, así como algunos
representantes de la iniciativa privada, para “voluntariamente” firmar un
compromiso para congelar el precio de la tortilla, y a lo largo del año, tomar
medidas para disminuirlo.
El objetivo parece muy generoso y
plausible, ya que todos quisiéramos que nuestros productos de consumo diario
fueran más baratos…
Ahora retrocedamos más de mil
setecientos años en el tiempo y conozcamos a Diocleciano, quien fuera emperador romano del año 284 al 305 D.C.
Como muchos otros emperadores
romanos su ascenso al poder fue tortuoso, producto de una familia humilde de la
Dalmacia, más o menos la actual Croacia, ingresó al ejército, llegando luego a
ser jefe de la guardia pretoriana, y a la muerte de Numeriano (en la cual
probablemente tuvo algo qué ver), ascendió
al poder, no sin algún considerable derramamiento de sangre.
Los aficionados a la historia lo
recordarán por haber iniciado en 303 la última gran persecución de los
cristianos, que fue luego proseguida por su sucesor Galerio hasta 311. Esta
persecución fue también la más sangrienta y pretendía restaurar la antigua
grandeza romana, volviendo obligatorias las prácticas paganas. Fueron
especialmente agresivos con el clero. Todo esto terminaría en 313 con el Edicto
de Milán, proclamado por Constantino.
Resulta que el buen Diocleciano,
también tomó otras medidas: Llevó a cabo la primera división del imperio.
Encontrándolo demasiado extenso para ser gobernado de manera eficiente, lo
partió en dos, quedándose él con la parte oriental y dejando la occidental en
manos de Maximiano… su yerno. Para que vean que el nepotismo tampoco es de
reciente creación.
Y, tal vez la menos conocida de
todas: Luchó contra la inflación…
En el año 301, Diocleciano,
preocupado porque la moneda acuñada por su gobierno valía cada vez menos,
decidió publicar un edicto (después de todo era el emperador…) fijando precios
máximos para más de 1300 productos y servicios, incluyendo alimentos, ropa,
trasporte y salarios. Se establecieron castigos severos, incluyendo la pena de
muerte para quienes desobedecieran.
Resultados y consecuencias:
Escasez: Los comerciantes preferían
no vender a malbaratar sus productos, provocando
escasez de bienes.
Mercados negros: Surgieron
mercados ilegales donde se vendían bienes a precios más altos.
Aumento de la inflación: La devaluación
de la moneda y la emisión de monedas de bajo valor metálico empeoraron la
situación.
Disminución del comercio: El
edicto afectó negativamente al comercio y la economía romana.
Esta norma dictada por
Diocleciano no logró su objetivo de frenar la inflación ya que la constante
emisión de monedas de bajo valor metálico trajo como consecuencia que se
devaluara aún más y aumentaran los precios de los productos. De esta manera,
los precios máximos resultaban demasiado bajos generando que los mercaderes dejaran
de vender algunos bienes o que lo hicieran ilegalmente, o sea, en el “mercado
negro”.
Esta regulación alteró el
intercambio de bienes de tal manera que ciudades enteras dejaron de comerciar.
Además, como el edicto fijaba los salarios, los trabajadores en especial los
soldados protestaron al notar que, como consecuencia de la inflación, con lo
que cobraban podían comprar cada vez menos productos. Conclusión: el control de
precios de Diocleciano fracasó de manera rotunda.
La historia dice que Diocleciano,
enfermo y debilitado, tuvo que abdicar convirtiéndose en el primer emperador
romano en dejar voluntariamente su cargo.
Los expertos consideran que este
fue el primer intento documentado de establecer un control de precios. Se ha
repetido en incontables ocasiones a lo largo de la historia, por gobiernos
tanto de “izquierda” como de “derecha”, pero eso sí, siempre populistas. Ya se
imaginarán los resultados.
Esperemos hasta fines de este año,
para apreciar las consecuencias de esta novedosa medida…
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